20040911

LA TOLERANCIA.

LIC. IVÁN DANILO CHACÓN LABRADOR. DIRECTOR – PRODUCTOR Y MODERADOR DEL PROGRAMA DE T.V.

El gran Confucio, filósofo y letrado chino, mantuvo una preocupación en la necesidad de formar hombres que vivieran conformes con la virtud, donde prevaleciera el orden en el estado. En su utopía de una sociedad ideal, soñó con una época de tolerancia universal en la que los ancianos vivirían tranquilos sus últimos días; los niños crecerían sanos; los viudos, las viudas, los huérfanos, los desamparados, los débiles y los enfermos encontrarían amparo; los hombres tendrían trabajo, y las mujeres hogar; no harían falta cerraduras, pues no habría bandidos ni ladrones, y se dejarían abiertas las puertas exteriores. Esto se llamaría la gran comunidad.

El respeto a las reglas de juego que hacen posible vivir en sociedad, nos permitiría la existencia de esa gran comunidad planteada por el confucianismo. De allí que quien ejerce la autoridad- el gobernante, el padre de familia, el profesor, el policía, el árbitro- está obligado a defender el cumplimiento de la norma común.

Defender el cumplimiento de la ley o la costumbre, implica casi siempre no tolerar su incumplimiento. Hay situaciones que permiten imponer la permisividad del mal. Cuando una autoridad se hace la vista gorda. Podríamos malinterpretar la tolerancia, como prerrogativa de quien tiene el poder y modera el ejercicio del mismo.

Los clásicos llamaron clemencia a la tolerancia política. Séneca escribió el tratado De clemencia para influir sobre Nerón que empezaba a mostrar su cara intolerante. El filósofo estoico profundiza en la naturaleza del poder y presenta un verdadero programa de gobierno: el príncipe, como alma que informa y vivifica el cuerpo del Estado, debe gobernar con una justicia atemperada por la clemencia, que es moderación y condescendencia de los poderosos. Shakespeare, en El mercader de Venecia, hace un elogio insuperable de la clemencia: bendice al que la concede y al que la recibe; es el semblante más hermoso del poder, porque tiene su trono en los corazones de los reyes. Cervantes hace decir a don Quijote que se debe frenar el rigor de lay, pues “no es mejor la fama del juez riguroso que la del compasivo”, dándole un sabio consejo a Sancho Panza, Gobernador de la ínsula Barataria: “Si acaso doblares la vara de la justicia, no sea con el peso de la dádiva, sino con el de la misericordia.

Voltaire, en su tratado sobre la tolerancia, eleva una oración en la que pide a Dios que nos ayudemos unos a otros a soportar la carga de una existencia penosa y pasajera, que las pequeñas diversidades entre los vestidos que cubren nuestros débiles cuerpos, entre todas nuestras insuficientes lenguas, entre todos nuestros ridículos usos, entre todas nuestras imperfectas leyes, entre todas nuestras insensatas opiniones, no sean motivo de odio y de persecuciones.

El discurso final de Charles Chaplin en El Gran Dictador, es un grandioso canto a la tolerancia: Me gustaría ayudar a todo el mundo si fuese posible: a los judíos y a los gentiles, a los negros y a los blancos…. La vida puede ser libre y bella, pero necesitamos humanidad antes que máquinas, bondad y dulzura antes que inteligencia….No tenemos ganas de odiarnos y despreciarnos , en este mundo hay sitio para todos….Luchemos por abolir las barreras entre las naciones, por terminar con la rapacidad, el odio y la intolerancia….Las nubes se disipan, el sol asoma, surgimos de las tinieblas a la luz, penetramos en un mundo nuevo, un mundo mejor, en el que los hombres vencerán su rapacidad, su odio y su brutalidad.

Debemos reconocer, que muchos sueños de estos grandes pensadores, y otros tantos, no se han cumplido. Por el contrario el propósito de las Naciones Unidas al proclamar el año 1995, como el año de la tolerancia, después de más de medio siglo de Hiroshima, es porque tiempos tormentosos han apagado la luz de un mejor destino social. El “nunca más” deseado por la humanidad de diluye con hechos como el infausto septiembre de las torres gemelas de N.Y.; la crisis de rehenes de la semana pasada en un colegio en Beslan al sur de Rusia, en donde murieron al menos 335 personas, promovidas por grupos independentistas chechenios, apoyados por fundamentalistas internacionales, por referir dos casos que han estremecido a la humanidad.

Evitemos que con la tolerancia, se juegue a la declaración de buenas intenciones, alimentadas por palabrería ineficaz.

La Historia nos presenta ejemplos dicotómicos, como el caso de Voltaire, quien pontifico la mitad de su vida sobre la necesidad de la tolerancia, pero al mismo tiempo avivaba los odios ancestrales entre judíos y cristianos. En Europa lo veían como el genio del odio, al punto que su amigo Diderot lo graficó como el Anticristo, en razón de haber asegurado Voltaire que si “Jesucristo necesitó doce apóstoles para propagar el Cristianismo, yo voy a demostrar que basta uno solo para destruirlo”.

Ante la patética realidad, de proliferación de tiempos tormentosos, de conflictividad, de lecturas tan opuestas, es imperativo confiarle a la ley la delimitación entre lo tolerable y lo intolerable, para garantizar una armonia social para nuestros hijos.

20040904

PROGRAMA 04-09-2004—CANAL 21 TV

ANÁLISIS VISIÓN UNIVERSITARIA.

LA HUMILDAD.

Para un ser humano, personificar la humildad, debe hacer el esfuerzo de escuchar y de aceptar a los demás. Vale decir, una persona, que acepta a los demás, más se tendrá en especial estima, y, se le escuchará más.

En la profundidad del ser yace la autoestima. En esa profundidad fluye la humildad. Para adentrarnos en ese vasto espacio, viajamos a una zona desconocida, con mucha oscuridad. Para penetrar nuestra interioridad, debemos despojarnos de falsas posturas, de fantasías, de utopías irrealizables, que nos hacen falsear la perspectiva. Lograr desenterrar esa joya, de lo más profundo de nuestro ser, es lograr la luz. Sus rayos irradian en las circunstancias más oscuras. Permite disipar el miedo, la inseguridad, la iniquidad, y nos permite descubrir las verdades universales inequívocas.

Debemos tomar conciencia, que somos depositarios de humildad. Ese valor, eleva la autoestima, realzando las relaciones múltiples en el camino de la vida. Nos lleva a asumir reflexiones silenciosas, de tomar el tiempo para sí mismo, mirando la existencia con perspectiva diferente. Debemos renovar nuestras relaciones con el propio ser y con el mundo que nos rodea. Ser humildes es dejar hacer y dejar ser. La humildad nos permite eliminar la posesividad y la visión limitada que hacen crear limitaciones intelectuales y emocionales, que destruyen la autoestima y fortifican muros de arrogancia y de orgullo que distancian a las personas. La humildad, nos abre con suavidad la puerta del acercamiento, de la solidaridad, de la equidad, de la ecuanimidad, corrigiendo y actuando para sanar fisuras. La virtud de la humildad, permite que seamos dignos de confianza, adaptabilidad, flexibilidad, logrando con humildad adquirir grandeza en el corazón de los demás

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Una persona humilde tiene adaptabilidad en cualquier ambiente, por muy hostil o negativo que pueda ser. Mucho más necesaria es la humildad, cuando del servicio a los demás se trata. RECONOSCAMOS QUE NO PUEDE HABER BENEFICIO PARA EL COLECTIVO SIN HUMILDAD. La presencia de una persona humilde hace un ambiente proclive para el disenso, la cordialidad, la solidaridad, el buen decir y el buen hacer. La persona humilde disipa la ira de otra con pocas palabras, y, hace relievar, el dicho, de que una palabra dicha con humildad tiene más fuerza, que el significado de mil palabras. La humildad nos abre con claridad el horizonte. Para lograrlo debemos tener nuestra visión deslastrada de egoísmos, maledicencia, vale decir, tener la mente y el intelecto limpios de distorsiones negativas. Debemos significar la humildad en el momento de expresar opiniones, posturas, interpretaciones, haciéndolo con mente abierta y con el reconocimiento de las particularidades, Reconozcamos y aceptemos la fortaleza y la sensibilidad de nosotros mismos y de los demás. Sin humildad nunca podremos fortalecer la sociedad civil, la comunidad vecinal, el centro de nuestras acciones y ejecutorias profesionales o laborales, ni tendremos la benevolencia de servir con equidad

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El orgullo es opuesto a la autoestima. El orgullo aflora siempre en la persona desvalorizada, que se cobija en él para escapar de sus sentimientos de inferioridad. Podemos medir la grandeza, sin necesidad de asumirla con orgullo. Una persona desvalorizada, pide a voz en cuello honores y elogios para hacerse persona valiosa, en contraposición a sus sentimientos, a la autenticidad, a la seguridad interior

Brindémosle a la humildad el espacio para que ilumine la oscuridad, y permita que estemos concientes de las cosas buenas que poseemos, apartando por innecesaria la envidia, el enojo, el orgullo. Estando con tranquilidad espiritual, con armonía con nosotros mismos, para poder valorar y apreciar a otras personas. Para reconocer nuestras culpas, nuestras fallas, errores, equivocaciones, y descubrir esa fuerza interior que nos permite conocernos, y aceptar la crítica como posibilidad cierta de crecimiento.